Nació. Perdió. Se mudó. Leyó. Se fascinó. Se enamoró. Se mintió. Se marchó. Se colmó de miedo. Se colmó de coraje. Se colmó de amor. Se colmó de amistad. Partió. Escribió. Reconstruyó. Editó. Publicó. Viajó. Registró. Enseñó. Recordó. Ganó. Agradeció. Se accidentó. Sufrió. Pensó. Murió. (1906-1975)
viernes, 27 de julio de 2012
domingo, 15 de julio de 2012
domingo, 1 de julio de 2012
Hannah Arendt, vivir y pensar
VIVIR Y
PENSAR
Delia
Sisro
La vida,
muchas veces, es el relato que estamos dispuestos a construir. Se puede
contar una vida entera con palabras, incluso con unas pocas palabras: Nació.
Perdió. Se mudó. Leyó. Se fascinó. Se enamoró. Se mintió. Se marchó. Se colmó
de miedo. De coraje. De amor. De amistad. Partió. Escribió. Reconstruyó. Editó.
Publicó. Viajó. Registró. Enseñó. Recordó. Ganó. Agradeció. Se accidentó.
Sufrió. Pensó. Murió.
Así se
podría sintetizar la vida de Hannah Arendt pero también la de cualquiera, y por
eso habrá que dar detalles: en 1906 nació en Linden, lo que hoy es parte
de Hanóver; creció en Königsberg; emigró a Nueva York, como
muchos judíos alemanes, para anticipar y criticar lo que otros no eran capaces
siquiera de ver. Heidegger le fue inevitable y supo comprenderlo.
Jaspers fue su maestro, su amigo y su preocupación.
Aunque
tuvo varios trabajos, se ganó la vida con palabras. Calibrarlas no fue para
ella una inquietud. Eran ácidas, impredecibles, implacables. “Pensar es
peligroso”, decía. Y pensaba. Conquistaba el pensamiento en la medida en que
tipiaba. Y escribía en una Remington entre cigarrillos, frutos secos y café.
Estudió
filosofía, pero se dedicó a la teoría política, o le gustaba creer que
sólo a eso se dedicaba. Abordó con originalidad y gran coraje intelectual temas
sobre los que había escasa bibliografía: Los orígenes del
totalitarismo fue su primer libro y llegó con su ciudadanía
norteamericana en 1951. Este, como todos los libros que siguieron, atrajo
halagos, críticas y desprecios. Nada la hacía desistir: las palabras fueron su
estilete, su bandera, su campo de acción, su vita activa.
Controvertida
y valiente, no dudó en denunciar a las Judenräte (Consejos judíos
de los guetos) cuando el mundo aún no estaba preparado para escuchar semejante
acusación; tampoco la acobardó explicar que no sentía ninguna clase de amor por
el pueblo judío ni por ningún colectivo en particular, como tampoco temió
al escribir sobre la violencia en Estados Unidos. Entendía muy bien lo que Elias Canetti
había expresado con sabiduría: “todo lo que ha ocurrido teme a su palabra”.
Quizá su
vida pueda explicar algo de su obra: nunca tuvo miedo de decir que era judía.
En una época de simbiosis judeo-alemana, muy tempranamente se ubicó del lado de
los que no estaban dispuestos a negociar.
Vida y
obra de Hannah Arendt se funden del mismo modo en que sus palabras se
transforman en acciones. Son acciones: golpean, sacuden, despiertan, enfurecen,
emocionan. Con ellas denunció lo tiránico, estudió lo inexplicable, manifestó
sus reveses, fue serena en sus réplicas y leyó con agudeza los acontecimientos
de su época.
Muchas de
sus palabras se cristalizaron en su vocación pedagógica; otras se solidificaron
en libros, algunas en columnas de opinión y muchas en largas conversaciones con
amigos.
En cada
palabra late su vida entera: los exilios, los dolores, los embates, los amores,
sus necesarias distancias y su reconciliación con la vida contemplativa.
No
domesticó lo que otros consideraban “arrebatos”, no se ubicó dentro de los
márgenes del espacio discursivo legitimado, pero fue inclaudicable al sostener
una altiva idea de justicia.
Fue una
intelectual de referencia en su tiempo y sin embargo cualquier escenario
resulta incómodo a la hora de situarla, requiere de gran estudio y de
elaboradas conexiones interpretar a qué criterios obedece su trabajo.
Toda
definición la reduce. Una pensadora independiente que no se contiene, que no se
inscribe en los ismos, que no posee el fervor del militante sino la
vibra de su enunciación. Su obra no tiene, por así decirlo, un hilo conductor,
no es sistemática ni rigurosamente científica, es del orden de lo errático así
como lo es el pensamiento y la vida misma.
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